El Brocense cuenta en el prólogo de su Minerva que, que apareció sesenta años después de la muerte de Nebrija, que, según le habían contado, el maestro Antonio, en el lecho mismo de la muerte en la casa de su hijo Marcelo en Brozas, se quejaba, en medio de las fiebres, que su obra quedaba inacabada; le hubiera gustado acabarla y perfeccionarla. Pero, en sus últimas palabras, dejó apuntada la esperanza de que quizás algún día nacería el que viniera a completar su obra. Con esta escena inventada por el Brocense, éste se presenta como el continuador, él nacido en las Brozas, del maestro que murió en las Brozas.
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